EL HALLAZGO

 Cuando el Ingeniero de Montes Francisco Mira y Botella encontró una lápida con una inscripción árabe, no imaginaba que el descubrimiento fuera a tener una repercusión tan importante casi 100 años después. En 1897, durante los trabajos de repoblación forestal, extrajo la placa fundacional, empotrada en unas piedras semienterradas en los arenales y, sin saberlo, estaba descubriendo la Rábita Califal de las Dunas de Guardamar. Posteriormente, este edificio se convirtió en un elemento clave para el estudio del dominio islámico en la Península Ibérica. Y gracias a este hallazgo, se descubrió posteriormente otro yacimiento de más antigüedad, La Fonteta (s. VIII-VI a. C.), de gran valor para el estudio de la colonización fenicia.

En el año 1984, en el mismo lugar del hallazgo de Mira, comenzaron las excavaciones para estudiar este edificio. En campañas posteriores, mientras buscaban más restos arqueológicos en el entorno de la rábita, se descubrió una muralla de entre 4 y 5 m de grosor en buen estado de conservación. Tras algunas dudas respecto a su datación, se concluyó que bajo la rábita y entre las arenas, se encontraba probablemente una ciudad fenicia amurallada. De hecho, podría ser la ciudad peninsular de influencia orientalizante mejor conservada de todo el Mediterráneo occidental. Es decir, en la misma área, Francisco Mira y Botella descubrió por casualidad el único ribat de época omeya, que a su vez había sido construido con los materiales superficiales de una ciudad fenicia que afloraría entre las arenas.

EL TERRITORIO EN EL SIGLO VIII a. C.

 No podemos descifrar la historia que la arqueología de este lugar nos quiere contar, sin conocer previamente cómo era el medio natural que hace casi 3000 años envolvía estas piedras. Casi nada de lo que vemos ahora a nuestro alrededor se parece a lo que los fenicios veían en el siglo VII a. C.

El primer elemento que no existía en la antigüedad era toda la arena que nos rodea y por supuesto, los pinos que se plantaron a principios del siglo XX bajo la dirección de Francisco Mira. Con lo cual, la línea de costa estaba mucho más cerca de las murallas de La Fonteta; tras ellas tan solo una franja de costa de no más de 100 metros hasta llegar al mar.

La fachada norte de este poblamiento limitaba con un estuario que ocupaba la zona actual del río Segura y toda la zona interior de cultivo. El poblamiento se organizaba en torno a este mar interior. Tanto el Cabezo Pequeño del Estaño (más al interior), como el cerro del Castillo y la Fonteta estaban ubicados cerca de esta lámina de agua. De este modo, La Fonteta repite el modelo de ciudad propia del emporio comercial fenicio de la costa mediterránea de la Península Ibérica. Es decir, al abrigo del puerto natural que conforma la desembocadura de un río, las naves fenicias y los productos que transportaban, tenían en La Fonteta un lugar perfecto para el comercio y el refugio de los temporales.

QUÉ TRAE A LOS FENICIOS HASTA GUARDAMAR

 Los fenicios son un pueblo originario del actual Israel, Siria y Líbano. Durante varios siglos, comenzaron un proceso de fundación de ciudades comerciales que poco a poco salpicaron el Mediterráneo occidental. Comenzaron a llegar a la Península Ibérica en el siglo IX a. C., donde encuentran el metal que servía para sustentar esta estructura comercial. Un domino desarrollado de las técnicas de navegación les ayudó a ampliar poco a poco este proceso de colonización de la Península Ibérica. Este es el caso de Guardamar, donde se instalan primero en el Cabezo Pequeño del Estaño, hacia el siglo IX a. C.; y tras el abandono de este espacio, se acercan a la costa construyendo La Fonteta, donde se aprecian unas dimensiones mayores que albergan a una población más numerosa.

Desde esta nueva ubicación, los fenicios controlaron el comercio marítimo e incluso pudieron generan una nueva ruta comercial interior río arriba. Además, en el interior de las murallas de La Fonteta se asegura un comercio seguro.

INTERPRETACIÓN DE LOS RESTOS ARQUEOLÓGICOS

 Tras años de investigación y tras el paso de dos equipos de investigación (uno el compuesto por P. Rouillard, É. Gailledrat y F. Sala y otro dirigido por A. González Prats), se extraen muchas conclusiones de las excavaciones de La Fonteta. La primera es que ha sido excavada una pequeña parte de esta extraordinaria ciudad. Algunos investigadores creen que todavía se encuentran enterradas bajo las arenas casi 8 hectáreas de este asentamiento, aunque hay dudas sobre las dimensiones reales de La Fonteta.

Otra conclusión que se extrae es que nos encontramos ante una de las ciudades fenicias descubiertas, que puede ofrecer mayor información del paso de esta civilización por la península, ya que el estado de conservación es extraordinario y está repleto de fragmentos de objetos de todo tipo: cerámica, metales, huevos de avestruz, objetos propios de la industria metalúrgica, estelas funerarias, amuletos e incluso joyería.

Por último, los investigadores llegan a la conclusión de que este asentamiento tiene tres fases. La fase más antigua se inicia a mediados del siglo VIII a. C., y la componen un sistema de viviendas con muros de adobe y techos soportados por postes de madera, lo que nos muestra construcciones algo efímeras. La segunda fase, datada hacia el siglo VII a. C., se caracteriza por la construcción de una potente muralla de 4-5 metros de anchura, por casi 10 metros de altura, con bastiones en saliente y con un foso en “V”.

Esto demuestra que en ese momento surge la necesidad de proteger de los enemigos el emporio comercial que representa La Fonteta. Los sistemas constructivos cada vez son más complejos, se van construyendo con piedras y barro, todo enlucido con barro, sin abandonar las construcciones en adobe, y siempre sufriendo reparaciones tras los terremotos que documentan los muros de La Fonteta. Las excavaciones exhuman parte de la muralla, de la cual se conservan lienzos de más de 4 metros de altura, las estancias anexas a ésta y se entrevé los que será una manzana de casas y el entramado urbano. De las estancias excavadas se desprende que hay una industria metalúrgica y que el sistema constructivo se mejora con el paso del tiempo, con mejores revestimientos y suelos, sobretodo esta última fase constructiva que finaliza hacia el VI a. C. con el abandono de La Fonteta.